viernes, 14 de diciembre de 2007

Visitas inesperadas

por Georgie

Parte 1

Llegué a casa cansado y malhumorado. Arrojé mi bolso sobre el sillón del living, me descalcé, y antes de apoltronarme frente a la tele a estupidizarme un rato, le hice una visita al refrigerador. Cerveza en mano, queso untable y cerealitas se dispusieron a acompañarme, por lo menos hasta recién comenzada la película que me salvó del tedioso "Choluleando por un sueño", y el posterior (y no menos cholulo) "Don Mario y sus CeQuaCes".

Allí estaba, cómodamente instalado, quizá lo suficiente como para dar dos o tres cabezazos de sueño y haberle perdido el hilo a la película, cuando me sobresalté con el sonido alcahuete del timbre de calle. Miré la hora: las 11 y media. Quién será?, pensé. El parlante del portero eléctrico me devolvió la voz inesperada y temblorosa de una mujer.

-Soy Lucía, George. Por favor, abrime.

Bajé raudamente. Algo me decía que la urgencia de Lucía tenía un significado más que importante. Llegué en un segundo. Al abrirle, presentí todo...

-Me golpeó...el muy hijo de puta me golpeó otra vez..!

Nos abrazamos fuerte. Ella, sin poder contener el llanto. Yo, tratando de disimular la hermosa sensación que me provocaba el acariciar su pelo. Permanecimos así un largo rato. Ya calmada, la invité a subir.

Nos conocimos en la facultad, veinte años antes. Cursamos juntos dos años. El primero de ellos, a tiempo completo. Ya en el segundo, mi incompatibilidad con algunas materias nos había distanciado un poco, no mucho, lo suficiente como para no advertir que el inconsistente de Pablo se estaba acercando demasiado a ella. Perfeccionista y maquiavélico, supo ordenar los tantos y alejarla lo necesario. Cuatro años después me anoticio de su casamiento, al que asisto, ya desesperanzado...

Corrí el bolso y le ofrecí café. Se sentó y rompió en llanto nuevamente.

-Lo descubrí, George. Hace tres meses que sale con una pendeja de la oficina. Al principio, me negó todo, pero la semana pasada confesó. Le dije que agarrara sus cosas y se fuera. Se puso furioso, no quiere irse...El viernes me dió un cachetazo. Me dijo que antes de largar todo me mata y se mata. Es un hijo de puta..!

-Azúcar?

-Media cucharadita...me estoy cuidando...

-Para qué? Si estás mejor que nunca...

Siempre fue hermosa. Incluso cuando estaba embarazada de Solcito poseía una belleza muy particular. Es como si le brotara de adentro. Y la pancita le daba un aire maternal que me mataba. No voy a negar que muchas veces fantaseé con una familia así. Es difícil relatarles de mi cara cuando me senté frente a la feliz pareja. Lucía tomó la posta y me dijo que me habían elegido padrino del bebé. Nuestros ojitos brillaron. Mientras tanto, Pablo tragaba saliva y miraba para otro lado...

-Qué vas a hacer?

-No sé...si por lo menos se hubiera arrepentido...El muy soberbio, encima, se hace el ofendido...Hoy volví a la carga. Lo insulté...te juro que nunca le hablé así en mi vida...Otro cachetazo y...me dijo que nunca se va a ir...que no va a dejar que le cague la vida...

Le alcancé un paquetito de pañuelitos de papel. Estaba un poquito más calmada.

-Solcito vió o escuchó algo?

-No. Está durmiendo en casa de mamá. Pero creo que algo presiente. Vos sabés cómo adora al padre...

-Ya lo creo...es re-pegada. Y él potenció ese vínculo. Es como si la quisiera tener de aliada...

-Tal cual. Pero yo respeto la complicidad que se tienen. Siempre fueron compinches. Yo los potencié. No sé si no hice mal...

-No, al contrario. Si yo estuviera en el lugar de Pablo, las querría tener conmigo siempre. A las dos...

-Ya lo sé, George. Sé cuanto nos querés.

No. Lucía no sabía. Como padrino de Sol, y siendo un tío solterón, como ella me dice, le hago notar mi cariño. La he llevado a la plaza infinidad de veces, a tomar un helado, al cine y al teatro. Y si no la invité más es porque no le quiero ver la cara de culo al padre. Sé que no me traga, y, en el fondo me parece que siempre sospechó de mi amor por Lu.

-Lu, contá conmigo para lo que quieras...

Me moría por abrazarla de nuevo. La acompañé hasta abajo. Antes de subir a su auto me dió un beso en la mejilla. Cuánto me costó disimular el deseo de confesarle todos mis sentimientos con un beso apasionado! No, no era el momento.

-Gracias. Hoy me voy a quedar en lo de mamá. Ojalá Solchi no se despierte. Mañana voy a hablar con ella. Todavía no sé qué y cómo contarle...

-Mandale un beso.

Otro para vos. Subí al departamento. Mientras acomodaba mi bolso y sacaba la ropa sucia me percaté que el perfume de Lucía había quedado en el ambiente. Pensé en lo hermoso que sería tenerlo esparcido por toda mi piel. Tenía que lavar las tacitas, pero preferí dejarlas para el otro día. Me desvestí y acosté. Tardé bastante en conciliar el sueño. Dí vueltas y vueltas, y creo que me dormí pensando en todo lo que había pasado. Tenía una sensación muy ambigua: por un lado, me dolió verla triste; nunca imaginé que el idiota de Pablo era capaz de jugarle tan sucio. Por otra parte, tenía la certeza de que se abría una puerta que me permitía seguir soñando con recuperar lo que siempre deseé y consideré perdido. No puedo dejar de reconocer que me sentí, en cierta forma, miserable: su dolor era la antesala de mi esperanza. Como castigo, esa noche volví a soñar con ella.

Para lo que quieras, Lu.


Parte 2

Entré a la peluquería, me anuncié a la recepcionista, elegí una revista de decoración (estaba entre esa y otra, de modas) y me tiré a leerla en esos cómodos sillones que toda buena peluquería unisex que se precie de serlo, posee. Me lleva cinco minutos el acostumbrarme a las fragancias, a las chicas que asisten a los peluqueros, y a los peinados que estos mismos peluqueros llevan en sus cabezas, y hacen a las cabezas de sus despreocupadas clientas. Transcurrido dicho lapso, ya entro en confianza y me siento como en casa...a pesar de que mi departamento dista mucho del glamour de las revistas y de los personajes presentes.
Grande fue mi asombro cuando la ví entrar. Ella no me reconoció. Se sentó en otro sillón, al lado del mío. La sorprendí.

-Elena...cómo estás?

Elena es la hermana menor de Lucía. Casi tan bonita como Lu, muy bien casada, y con dos criaturitas tan adorables como inquietas.

-Tus diablillos?

- En el cole. Me tomé un respiro...Cómo andás, George?

-En un recreo, también. El verano se nos vino encima...y yo con estos pelos...

-Ja ja. No sabía que te cortabas acá... Sabés lo de Lu?

-Sí. Hablé anoche por teléfono con ella. Me contó. Quedamos en vernos esta noche...

-Portate bien... Sonrió y me guiñó un ojo. Elena y Lucía son tan hermanas como amigas. Y mi compinche. Todavía recuerdo la noche del cumpleaños de Lu, hace tres años ya. Yo me estaba yendo, y al saludarla, me preguntó:

-Qué te pasa? Te ví cómo la mirabas...

En mi sincero pero inesperado silencio, encontró la respuesta.

-Cuidado, George, atrás hay una familia...

-Ya lo sé... No te preocupes. Lo puedo manejar...

Por lo menos, así lo pensé aquella noche. Media vida dedicada a soñarla, al menos lo terminaba de ratificar. El incumplimiento de uno de los mandamientos más violados no me hacía sentir ni más ni menos arrepentido. Y si bien los embajadores de Dios en el mundo terrenal se empeñaban en acomodarme del lado de los pecadores, yo tenía más que claro que, tanto mi comportamiento como mi pesar, ya me habían redimido lo suficiente como para ganarme un lugar en el Cielo. Las palabras de Elena sólo podían confirmar lo que hasta ese momento había sido la actitud adoptada ante el panorama que se presentaba. La de un amor en silencio, por prudencia y por respeto a todos los protagonistas de la historia. Incluyendo a Sol, y hasta por qué no, al indeseable y más que afortunado, Pablo.
El peluquero me llamó e interrumpí la charla que veníamos llevando con Elena, no sin antes deslizar un:

-Sabés que nunca podría portarme mal con ella.

-Ya lo sé, tonto... Suerte..!

La necesitaba. Un corte de pelo, pensé, podía darme un aire nuevo.
El haber amado y callado durante tanto tiempo había dejado una huella marcada en mi pecho. Un dolor feo me aquejaba de tanto en tanto, y en un improvisado auto-diagnóstico ensayé la siguiente explicación: la angustia me había ganado y ocupado una buena parte de mi capacidad respiratoria. Mis pulmones no recibían el suficiente aire y, por lo tanto, ello provocaba agitación y una desagradable sensación de taquicardia. Y si bien algunos médicos a los que consulté adjudicaron mi fatiga al exceso de tabaco, desconocían mi adicción a los amores imposibles.
Esa noche debía encontrarme con Lucía. Quería lucir prolijo, gustarle. Por ello, la razón de mi corte de pelo. Aire nuevo. Aire. Para percibir su perfume. Para impregnarme de su esencia. Para tomar coraje y empezar a contarle de mi amor eterno. De ese amor suspendido en tiempo y espacio, que buscaba un resquicio para colarse.

Sin saberlo yo, y sin imaginarme, siquiera, Elena se me había adelantado.

Por fín los astros comenzaban a alinearse...


Parte 3

-Sol...timbre. Te fijás quién es?

-La tía, má. Voy a abrirle...

Solcito bajó corriendo. La dulzura de Elena, sumada a su complicidad, eran la puerta siempre abierta al corazón de Sol. Y si bien Lucía, contaba con un séquito de amigas, del club, de cerámica, mamás del colegio y colegas del estudio, ninguna se comparaba a la ternura que su tía del alma despertaba en ella.

-Tía...holis...sabés que me saqué un diez en Lengua..?

-Debe ser porque no la usás nunca...ja ja.

-Tiene a quien salir, no? Cómo estás, hermanita..?

-Uy...cansada. Los diablitos de tus sobrinos hoy me hicieron renegar más de la cuenta...Vos?

-Pasá que en un ratito te cuento...Sol...no tenías deberes, vos?

-Ufa, mami! Los hago después...

-No, señorita! Te llevás los útiles a tu cuarto y los hacés ahora. Podés prender la tele, bajita...

-Está bien...Pero que la tía después me mire la carpeta...

-Bueno, Solchi. Después me la mostrás, sí?

Las hermanas se sentaron en el living, no sin antes prepararse un café. El café era un ritual que compartían siempre. A veces en casa de una, a veces en casa de la otra. Cuando no lo hacían en las escapaditas a Unicenter, en donde, además de tomarlo en la confitería paqueta del último piso, recorrían las vidrieras de los locales, chusmeando las últimas novedades en materia de vestimenta femenina y, por qué no, despuntando el vicio con la compra de una remerita para ellas, o alguna pilchita para sus respectivas criaturitas. Pero hoy el tema daba para tomarlos en un ámbito más íntimo, la casa de Lucía.

-Al final, hiciste la denuncia?

-No. No quise hacer mucho bardo. Me basta con la promesa de Pablo. Me aseguró que nunca más lo iba a volver a hacer. No sabés qué horrible! Nunca pensé que podía llegar a levantarme la mano!

-Y se fue así nomás? Lo de la casa y las amenazas..?

-Parece que se calmó un poco. Está parando en lo de mi suegra. La madre lo debe haber convencido de que se dejara de joder y empezara a portarse como un hombre. A lo hecho, pecho...

-Y qué pasó con la pendeja..?

-No me preguntes. Ya no quiero saber más. Para mí, Pablo, murió. Decí que está Solcito. Es su papá, y con respecto a Sol, tiene todo su derecho. En lo que concierne a nuestra relación, se acabó todo.

-Ricardo no lo podía creer! Cuando le conté, me confesó que sabía algo de la situación, pero que nunca creyó que lo fuera a llevar tan a mayores..! Flor de reto, le dí..!

-Nooo, pobre Richard! Es un santo..!

-Sí, pero lo apañó..! Son todos iguales, los hombres..!

-Nooo, todos no. Ricardo es un fuera de serie... Y hay otros que actuarían igual.

-Por ejemplo, George.

-Sí, George. Sabés que lo ví? La noche que se armó el despelote, estaba tan sacada, que, después de llevar a Sol a casa de Mamá, pasé por su departamento y fuí a descargar mi angustia con él. Pobre...ya era tardísimo y caí en su casa, sin avisar... George es un tipazo. Me contuvo...siempre tan atento y dispuesto a escucharme...

-Como cuando éramos chicos. Sabés que?, nunca te conté, pero hubo un tiempito en que creí estar enamorada de él... Y el muy turrito nunca me dió ni cinco de bola... Estaba en otra...

-Seguro, te veía como a una nena..!

-No. Él siempre estuvo enamorado de otra persona. Doy fe.

-De quién? Ahora que recuerdo, jamás me confesó nada. Tuvo parejas, tres o cuatro... Pero nunca le duraron... Qué lástima, no? Tiene un corazón de oro...

-Disculpame... Vos nunca sospechaste de nada..?

-De qué? No me digas que George... Yo..?

-Claro, boluda! No me mandes al frente...pero una vez me confesó que eras lo máximo para él... No fue hace mucho...tres o cuatro años...

-Y desde cuándo?

-Desde siempre. En serio que nunca sospechaste nada?

-Te soy sincera...algo me resultaba raro en él, sobre todo cuando éramos chicos... Siempre tan atento conmigo... No voy a negarte que siempre me atrajo su dulzura, su delicadeza... Pero jamás una insinuación, una palabra que lo descubriera... Hasta llegué a pensar que George...
-Que miraba para la vereda de enfrente? No, tonta, ni lo pienses. Lo que pasa es que nunca quiso ponerte incómoda... Además estaba Pablo, y a pesar de que nunca lo bancó, se cuidó de hacer público lo que no debía . Hasta que una noche...

-Hasta que una noche te contó...

-A medias. Yo lo encaré y él no lo pudo negar...

-George... me dejás helada..!

-Fuiste su amor imposible. Desde siempre.

-Otro café?

-Dale! Pero este, con edulcorante.

Las dos hermanas estaban más que exultantes. Elena, porque se había sacado un preciado secreto de encima. Y ya sabemos que, para una mujer, guardar prenda por tanto tiempo puede resultar inconveniente hasta para la propia salud. Y también es necesario agregar que, a su juicio, que Lucía se enterara de que otro hombre podía llegar a estar interesada en ella, bajo estas circunstancias, era un gesto gratificante. Su autoestima necesitaba un mimo de los grandes. Y la noticia del amor incondicional de George hacia ella, justificaba el espíritu buchón del caso.

Lucía, por su parte, no podía salir de su asombro. Considerar a George como más que un amigo, era un reto para sus sentimientos. Necesitaba saber donde estaba ubicada. Los acontecimientos de las últimas semanas la habían golpeado demasiado. Más que nunca, ser considerada objeto del amor de otra persona, la llenaba de orgullo. Un orgullo que necesitaba recomponerse...

-Esta noche lo voy a llamar. Necesitamos hablar. Y mucho.

-Decime... Si George te hablara de lo que siente por vos...

-Qué haría? Todavía no caí. Por lo pronto, quisiera escucharlo. Que me blanqueara todo. Necesito su sinceramiento... No sé si lo consideraría. Todavía estoy procesando lo que pasó. Pero me lo tiene que decir en la cara...

-Y personalmente. Invitalo a tomar un café.

-Un café? Nos van a tener que traer una jarra para cada uno, ja ja.

-Bueno, hermanita, me tengo que ir...Solchi, venga a darle un besito a su tía...

-Tía!, no te vayas que te llevo el cuaderno!

-Qué vas a hacer, mañana? Necesito cambiar la pollerita que le compré a Sol. Le queda chica, cómo crecen estas criaturitas!

-No, mañana no puedo. Voy a ir a la peluquería. Mirá mis mechas... Necesitan un "touch".

-Después de verlo, te llamo...

-Si no me llamás, olvidate de que existo! Muero por saber como va a terminar esta historia!

-Qué historia, mami?

-Pero que lindo cuaderno! Qué prolijito! Te felicito! Por el cuaderno y por el diez en Lengua!

-No puede negar que es hija mía...

-Y mi sobrina...

-Ja ja. Bye, hermana...

-Bye, amiga...


Parte 4 – Final

Cuánto me costó mantener la calma ese jueves! La sensación de opresión en el pecho me persiguió desde la noche anterior. La voz de Lucía en el teléfono me resultó diferente. Intuí que su angustia, por suerte, había desaparecido, y en su lugar alcancé a percibir una extraña sensación de calma. Sospeché, entonces, que habría tomado algún sedante, por lo pausado de sus palabras. Me comentó que necesitaba verme, que quería conversar personalmente y contarme, adiviné, de cómo seguían las cosas. No necesitó pedírmelo dos veces. Mi sí fue tan rotundo y espontáneo que reavivó las ansias de vernos, al menos en mí. A lo largo de la charla, la ansiedad iba en aumento, y la tuve que controlar. Hubiera deseado no tener que esperar un día más, día que iba a resultar eternamente largo y agobiante. Una vigilia tan deliciosa como exasperante…

Habíamos quedado en vernos en el Coffee Store de Acassuso, a las nueve en punto. Llegué cinco minutos antes, estacioné el auto y busqué una mesita alejada de la ventana, en un rincón. Había muy poca gente. Una pareja se hacía arrumacos y reía en uno de los silloncitos. En el otro ala, dos señoras conversaban animadamente de bueyes perdidos, supongo, tan despreocupadas por nuestras presencias, que las supuse almas solitarias, asumidas y convencidas de su resignación al no amor. En el otro extremo estábamos nosotros, que todavía no éramos nosotros, ni siquiera dos. Lucía se había demorado unos minutos y allí estaba, aguardándola, mientras nos imaginaba. La camarera intuyó que mi compañía estaba al llegar, pues ni se molestó en tomar el pedido.

La ví llegar, apagué mi cigarrillo y me acomodé en la silla.

-Hola, divina! Y me incorporé para saludarla.

-Hola! Disculpá la tardanza. Mamá se demoró más de la cuenta… Se quedó con Sol…

-Cómo estás?

-Mejor, mucho mejor…

-Te parece bien esta mesa?

-A vos qué te parece?

-Bárbara… Le faltabas sólo vos…

-Gracias…sonrió y se quitó la camperita. La ayudé a colgarla sobre su silla, y a sentarse.

-Siempre tan atento, George… Tus cosas?

-Bien. Sabés que nunca me quejo…

-Sí. Qué tomamos?

-Dejame elegir…

Llamé a la camarera y pedí dos cafés etíopes, de los cargaditos. La charla, intuí, iba a ser extensa, y decidí arrancar con suficiente combustible. La variedad de sabores permitía jugar con ellos. Y si la situación daba para extender nuestra charla lo suficiente, íbamos a degustar todas las alternativas posibles.

-Dale, contame…

-Solterita…y sin apuro…

Morí. Morí dos veces. La primera, porque su separación era un hecho. La gravedad de los sucesos, si bien justificaba una reacción así, había dejado abierta la posibilidad de una contramarcha. No por los hechos en sí, aberrantes, denigrantes. Sino por las características de la personalidad de Lucía. Lu defendió siempre, a capa y espada, el valor del matrimonio, como pilar de una familia perfectamente constituida. Y su convencimiento no partía sólo de una formación religiosa, propia de una familia católica y burguesa de San Isidro. Socialmente siempre manejó su vida y la de su pequeña familia en ese sentido, porque partía de un convencimiento, diría, filosófico. Por eso, el motivo de mi duda. Por eso, mi temor a su reacción. Morí, en primer término, porque, a pesar de sus principios tan firmes, tuvo la valentía de respetarse a sí misma, y no aceptar los términos descabellados que Pablo había insinuado plantear para sus vidas.

Y mi segunda muerte tuvo que ver con el “sin apuro” de su respuesta. Era lógico suponer, y creo conocerla bien, que Lucía, mentalmente, no estaba en condiciones de aceptar tan pronto una nueva relación. En ese sentido, debía ir con pies de plomo. Quizás hasta le resultara impropio considerarme, justo a mí, como a una nueva relación amorosa en su vida. De eso, precisamente, no tenía ni idea. Mis deseos y la ansiedad jugaban dos partidas diferentes. Y cómo hacerlos compatibles, era una misión más que complicada…pero a la que no quería renunciar.

Habían pasado los minutos, la charla, su incredulidad de verse atravesar una situación tan cruel como insostenible, su lucha por conservar la dignidad a resguardo, su necesidad de mostrarse tan auténtica como entera para con Solcito, y mi estoica cruzada por no abalanzarme sobre su boca, cuando me sorprendió con una salida que me dejó sin habla…

-George…ahora te toca a vos.

Elena, me lo habías prometido…

-Pidamos otro café…

-Pidamos…te escucho.

-Lu…no sé si es el momento…

-Ya lo sé. Pero algún día vas a tener que sincerarte conmigo…

No podía escaparme… Noté súbitamente un escalofrío terrible. Debía desnudar mi alma sí o sí. Y esta vez no podía, ni debía evadirme. Miré hacia la barra, y con un gesto le hice saber a la camarera que íbamos a repetir la ronda de cafés. Esta vez, algo menos cargaditos. Para ello, bastaba con el clima…

-Lu…siempre te ví como mucho más que una amiga…

No pude sostener la vista. Tantas veces había soñado con este momento, y en todas, había sido más entero. De golpe me invadió una congoja madre. Se me llenaron los ojos de lágrimas y no pude continuar.

-George, si te sirve de consuelo…yo también…hace mucho tiempo. Creí haber borrado ese tipo de recuerdos, pero si te tengo que ser sincera, no sé si pude…

Tomé sus manos. Sus ojos estaban húmedos, también. Solté una sonrisa nerviosa. Más que una sonrisa, resultó una mueca burlona, que sumada a las lágrimas en mi mirada, componían el gesto más inverosímil que mi rostro, algo desencajado, podía transmitir. La presencia de la camarera y los cafés atentaron contra el clima que habíamos creado, pero nos ayudaron a ponernos a salvo de la inundación.

-Dejame ponerte el azúcar…

-Edulcorante…

-Haceme caso… Un poquito de azúcar nos va a hacer bien…

Sonrió. Se secó las lágrimas con una servilletita. Me miró con ternura y me regaló un cálido gracias.

Nuestra conversación siguió por un largo rato más. Volvimos a la universidad y me enteró de su platónico amor por mí, de mi eterna parquedad, de su desilusión y su necesidad de remediarla con Pablo. Juego que comenzó con su despecho y terminó en el altar. Y a la vez yo le conté de mi inmadurez, de la necesidad de no comprometerla y preservarla, de la inoportuna aparición del susodicho y de aprender a vivir con mi resignación, y sin ella. Hasta que llegó la hora de irnos. No habíamos advertido que todos los clientes de la confitería se habían retirado, ya. La carita de la camarera, además, invitaba a partir.

Cuando fuimos a buscar nuestros autos, la abracé. Nos besamos profundamente. Un beso que arrancó allá por nuestra adolescencia y perduró hasta nuestros días. Un beso que nos debíamos y que disfrutamos enormemente. Al separarnos, me miró con la dulzura más elocuente que me podían regalar sus ojos, y me dijo:

-Vas a tener que esperarme… Dejame acomodar un poco la cabeza…

-Lo que sea necesario, Lu. Lo hice por veinte años… Y lo haría por toda la vida, si sé que al final, vas a ser para mí…

-Me encantaría, George, pero…dame unos días. No te voy a pedir tanto…

-Chau…mañana te llamo.

-Al celular…y de día. No quiero que Sol…
-No te preocupes. Confiá en mí…

-Sí. Confío…

Esperé a que subiera al auto y arrancara. Cuando pasó frente a mí, creí ver que me arrojaba un besito al aire y, por las dudas, se lo devolví. Respiré profundamente. Ya no tenía la sensación fea en el pecho. Volví a respirar. La angustia no estaba. Saqué del bolsillo de mi camisa el paquete de cigarrillos. Iba a encender uno, pero, de repente, me arrepentí. Estrujé el paquete y lo tiré en un cesto. El aire estaba demasiado puro para arruinarlo. El cielo, límpido como nunca, me regaló un espectáculo imperdible: Venus estaba suspendido sobre el cuarto de luna, y brillaban como nunca antes. En ese momento, recordé la cara de Lucía, su sonrisa y el lunar sobre su mejilla izquierda. Subí a mi auto y, en la más absoluta y fantástica felicidad, emprendí el regreso a casa. Gracias a Dios, llevaba en la guantera, pañuelitos de papel tissue.

Fín

Georgie

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