sábado, 15 de diciembre de 2007

El Viejo y su Mar

Voy a contarles de un viejo muy particular: el mío. Y de una de sus pasiones más arraigadas: "su" mar. El mar de Villa Gesell. Y si el azar quiso que lo pintara tan inocente como el osito Winnie the Pooh, por algo habrá de ser...




Mi Viejo es un personaje de historieta casera. A sus ochenta y un años sigue dando cátedras de vida. De una vida que hoy lo encuentra achacadito, pero con esa alegría tierna y chiquilina que asombra, que contagia. De una alegría que le acompañará siempre, vaya donde vaya, y que si algún envidioso la confunde con chochera, él no se enojará. Porque ha vivido, y caray si se le nota. Ha vivido toda una vida de amor: mi madre, mi hermana y quien les escribe somos sus testigos, los depositarios de una ternura y generosidad inigualables y quizás, sus reflejos. Fuimos siempre sus principales beneficiarios y, hoy, luego de haber visto correr a demasiadas aguas bajo el puente, sus principales aprendices.


En el mar de Gesell encontró uno de sus remansos. Lo conoció en 1967, cuando Villa Gesell era todavía "la Villa", cuando sus calles de arena eran refugio de los primeros hippies, los médanos eran mucho, pero mucho más grandes, y el mar, "su" Mar, lo reconocía en esas madrugadas de pesca, acercándose en las olitas a saludarlo, y dejándole en la suela de sus "Sorpasso" el beso salado que lo recibía.


Han pasado ya cuarenta años de romance ininterrumpido. Hoy la pesca dejó de ser su pasatiempo matinal. Ha cambiado la caña, el reel y los anzuelos, por una bolsita de tejos que lo acompaña en cada excursión a la playa. Es muy raro que se meta al agua y sus estancias en la arena son cada vez más breves. Pero no disimula su emoción cuando esa línea verdosa se dibuja en sus pupilas. Y les puedo asegurar, que del otro lado, "su" mar siente cosquillas cuando lo ve llegar. Como en esas historias donde el amor se deja ver y nos invade la hermosa sensación de la reciprocidad.

Georgie

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