sábado, 15 de diciembre de 2007

El engaño

"De sobras sabes que eres la primera, que no miento si juro que daría por tí la vida entera, por tí la vida entera,
y, sin embargo, un rato, cada día, ya ves, te engañaría con cualquiera, te cambiaría por cualquiera..."
(J. Sabina-Sin embargo)

EL ENGAÑO
Parte 1
Me levanté temprano esa mañana. Apenas despuntó el alba me desperté sobresaltado y noté que mi corazón estaba más agitado que de costumbre. Sin hacer ruido, caminé hacia el baño y me apresté a tomar una ducha que me calmara. No lo logré. Me vestí sigilosamente y salí hacia la oficina.

En el transcurso del viaje intenté distraerme escuchando mi programa de siempre. En la radio se sucedían noticias, comentarios, reportajes. Ya estacionando mi auto, me percaté que el día estaba muy cargado, anunciando la lluvia que no demoraría mucho más. Subí a mi oficina, encendí la pc y chequeé mis casillas. Allí estaba ella. Habíamos intercambiado mensajes el día anterior, pactando el lugar y hora del encuentro. No leí los mails restantes. Mi trabajo me reclamaba y yo, sin ganas, traté de acomodar la agenda. Pospuse todo para el día siguiente, pensando en que iba a estar más despejado, y porque la ansiedad me dominaba demasiado. Un trámite engorroso en el microcentro iba a ser la excusa perfecta, la que me permitiría escabullirme de la oficina sin despertar sospechas, y me iba a dar suficientes minutos para disfrutar del encuentro.
La ví bajar del taxi muy prolijamente vestida. Más esbelta, con su cabello castaño suelto, resguardada por su paraguas color té con leche que combinaba adorablemente con su gabardina arena y sus ojazos marrones verdosos. Se acercó al auto, lentamente, y pude darme cuenta de que su andar me derretía. Subió, nos besamos con esos besos furtivos de los amantes, y sin decir palabra, volamos a un hotel de Belgrano.

No puedo describirles cuánta pasión derrochamos en esas sábanas. Sí puedo decirles que en esa hora y media mi corazón voló. Cada centímetro de mi cuerpo se impregnó de su fragancia. Y cada minuto transcurrido se convirtió en siglos. Nunca tuve una amante que se le pareciera y, estoy totalmente convencido de que jamás la igualarán. Convencido de cuerpo y alma.
Cuando nos despedimos me invadió un dejo de tristeza. Debía regresar a la oficina y no tenía ganas. Quería eternizar ese beso, el último, el que me separaría de ella hasta el próximo encuentro. Le sujeté la mano para no dejarla ir. Ella, sonriendo y muy segura de lo que provocaba en mí, se me escabulló. Caminó cuatro o cinco pasos, giró sobre sí misma, y en el movimiento más sensual, del cual fui espectador privilegiado, me arrojó un beso de yapa, al aire, un beso que capturé con los ojos, pero que se me prendió hasta en el alma. Y allí nos traicioné. No fui capaz de cumplir con lo que nos habíamos prometido. Dejé salir de mi boca palabras que nos revelarían. Solté el tan temido:

-Te veo a la noche.

Y aquí termina esta historia. La mía y la de mi mujer, que en un mediodía lluvioso de Buenos Aires nos engañamos con nosotros mismos.
Georgie
Parte 2
-Te veo a la noche...

Volví a la oficina, todavía con el recuerdo de su piel en las manos. Seguía lloviznando, y hacia las cinco de la tarde casi todos en la oficina le rendían culto a la diosa ausencia. Adela tenía turno con su odontólogo; Carlos, una reunión para ultimar detalles con los alemanes de la obra; y Susana, mi secretaria fiel de toda la vida, comenzaba con su enésima terapia, esta vez, con la licenciada que le había recomendado la nuera. Me quedé solo, pensando en ella. En la mujer que sólo unas horas antes, me había hecho descubrir el cielo en su sexo. Saboreando, casi perversamente, que en unas horas más nos volveríamos a encontrar. Me jacté de mi capacidad amatoria y, confiando en otra maratónica performance, proseguí con mi tarea.

-Amor, llegué.

No sé si fue mi imaginación. Lo cierto es que presentí que el horno no estaba para bollos. La noté como apurada por poner la mesa. Inquieta.

-Pasó algo?, pregunté.

-Nada. Lo de siempre...

Durante la cena charlamos lo justo y necesario. Lo justo como para afirmarnos como seres parlantes y distinguirnos del perro atorrante que tenemos por mascota. Y lo necesario como para enterarme que habían llegado los servicios, que había aumentado la tasa de alumbrado y barrido, que la señora de la limpieza usaba el teléfono de línea para llamar a celulares, que en el presupuesto de las cortinas del living no estaba incluido el faldón de arriba, que la semana que viene comenzaba con una terapeuta nueva (ojalá no sea la misma que le recomendaron a Susana), que mi tío estaba grave, que el perro tenía pulgas, que pitos y flautas...

Le ayudé a lavar los platos. Los dos, en silencio. Terminamos y me fui a duchar. No sé por qué, pero me tardé más de la cuenta. Corté las uñas de mis pies, los pelos de la nariz y hasta me hice una mascarilla facial para eliminar los abominables puntos negros que me persiguen desde la adolescencia. Además de ponerme de perfil, hundir la panza y mirar en el espejo cómo los músculos de Adonis iban convirtiéndose, lenta pero inexorablemente, en adiposidades detestables.

Ya para cuando llegué al dormitorio estaba dormida. Sigilosamente apagué el televisor y me escabullí dentro de la cama. Suspiré. Sentí una rara mezcla de alivio y desazón. Creo que no tardé en dormirme más de dos o tres minutos.

Soñar, no. Ya lo había hecho antes, en el cuarto del hotel de Belgrano...

Para entonces, la lluvia ya había cesado.

Georgie

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