sábado, 15 de diciembre de 2007

A dónde fue a parar Natalio Ruiz?

Se los veía todos los domingos por la tarde, en el paseo obligado alrededor de la Plaza Mayor. Casi siempre estaban acompañados por una amiga de ella, o alguna de sus primas. Él llevaba su porte como distintivo. Su aire serio le daba todavía mayor majestuosidad, y su sombrero gris completaba el cuadro. Qué señor respetable ! Cuánta hidalguía ! A su lado y del bracete, su amada le correpondía como anillo al dedo. Derrochando frescura e inocencia en su sonrisa, imaginando quizás los versos que él le escribiría, que le regalaría en un descuido de la sargentona tía con cara de arpía...

(Buenos Aires, Plaza de Mayo - 1937)

...Dónde estás ahora, Natalio Ruiz
el hombrecito del sombrero gris?
Te recuerdo hoy, con tus anteojos,
que hombre serio paseando por la plaza!
De qué sirvió cuidarte tanto de la tos?
No tomar más de lo que el médico indicó
cuidar la forma por el qué dirán,
y hacer el amor cada muerte de obispo,
y nunca atreverse a pedirle la mano,
por miedo a esa tía con cara de arpía?
Y dónde estás? A dónde has ido a parar?
Y qué se hizo de tu sombrerito gris?
Hoy ocupás un lugar más,
acorde con tu alcurnia
en la Recoleta.

(Charly García/Mario C. Piegari)







(Iglesia del Pilar - Recoleta, allá lejos y hace tiempo)
A dónde fue a parar Natalio Ruiz? Se tejen varias versiones. A saber:

* Fue a SADAIC, a reclamar derechos de autor.

* Lo secuestró su sobrino nieto Pablito y lo tiene en un cuarto de tortura donde le hace escuchar todos sus hits.

* Está en un camping de Gesell tocando una que sepamos todos.

* Se perdió en un agujero negro.

* Ocupa un lugar más acorde con su alcurnia, en la Recoleta: como director fantasma del Centro Cultural.

* Es el acompañante terapéutico de Charly García.

Sin embargo, a mí me llegó otra campanada. Me la contó Santiago, el sobrino nieto de Martiniano Gómez Azcurrain, amigo personal y confidente de Natalio. Y es más o menos así:

Rosaura, la eterna amada de Natalio, vivía con sus primas y con su solterona tía cara de arpía Eduviges, en una casona de Belgrano "R", que todavía hoy existe, en la calle Zapiola entre Mendoza y Juramento. Rosaura era una muchacha delicada de salud y que padecía crisis asmáticas, por lo que los médicos que la atendían, le prescribieron prolongadas estancias en las sierras de Cosquín, provincia de Córdoba. Natalio, fiel a su afición por la escritura, intercambiaba correspondencia epistolar con su amada. Ella enviaba sus misivas a la casona de Belgrano y, Natalio, pasaba cada quince días a recogerlas por allí.

Dicen las malas lenguas que una calurosa tarde de febrero, y estando las primas de Rosaura en Cosquín, de vacaciones, Natalio concurrió a la residencia de la calle Zapiola, y fue recibido por la tía Eduviges, quien lo hizo pasar y le convidó con una fresca limonada que ella misma había preparado especialmente, a la que Natalio, dado lo agobiante de la jornada, no pudo ni quiso despreciar. Además de ser una excusa para conversar amigablemente con la tía, a la que debía definitivamente "ablandar" para congraciarse con ella y, en su momento, animarse a pedirle la mano de su bella sobrina. Lo cierto, y tristemente paradójico de la situación, es que habiendo transcurrido media hora de una forzada conversación, Natalio comenzó a sentirse mareado, por lo que se incorporó a buscar su sombrero gris, anunciándole a la tía Eduviges que se retiraba. Notó que las piernas le temblaban, y en un breve instante, se desvaneció.

Grande fue su sorpresa cuando, ya de noche, se despertó. Estaba en el dormitorio de Eduviges. Yacía en su cama, inmóvil, perplejo. Todavía algo atontado alcanzó a escuchar el ruido de unos tacones pesados que se acercaban. Era ella, y en su horrible y burlona sonrisa, comprendió qué había ocurrido allí. A tientas buscó sus pantalones, alcanzó a ponérselos raudamente y salió corriendo de la habitación, sin prestarle atención a las palabras de la tía, insólitamente devenida en amante forzada. Creyó escuchar sus ruegos en favor de que se quedara, que no se marchara, que era "su amor". Ya para entonces había traspasado el umbral de la puerta exterior. Corrió. Desesperadamente, corrió.

Martiniano alcanzó a recibir un par de correpondencias desde Montevideo. Desde allí, Natalio le informó, apenas discretamente, de su insospechada vivencia. De su vergüenza y la posterior necesidad de desaparecer de Buenos Aires y de la vida de Rosaura. En su tristeza dejó entrever que estaba deprimido. Que había una posibilidad de formar parte del equipo de redacción de "El Oriental", situación que en otro momento y circunstancias lo hubieran entusiasmado muchísimo. Martiniano no advirtió en sus cartas ese sentimiento.

Pasados seis o siete años un amigo en común le comentó a Martiniano que creía haber visto a Natalio, mal entrazado y perdido, por las calles de Colonia del Sacramento. Hablaba solo y saludaba a quien se le cruzara con un gesto cómico y trágico a la vez: se llevaba la mano derecha a su cabeza, como quien sacara levemente su sombrero y lo volviera a poner en su lugar. Por supuesto este personaje no llevaba sombrero.

El sombrerito gris de Natalio permaneció guardado en una caja, bien oculto, en un rincón del ropero de Eduviges. Fue descubierto varios años después por una nietita de ella que, jugando con las cosas de la abuela, se topó inocentemente con él. Terminó sus días en la cabeza de Romualdo, el jardinero, ayudándole a protegerse del sol.
De Rosaura sólo supimos que falleció repentinamente. Se cree que no sobrevivió a la desdicha y a un fuerte ataque de asma que le sobrevino, ya de vuelta en Buenos Aires.

En el Cementerio de la Recoleta no hay ningún indicio que sugiera que el alma de Natalio descansa allí. Sólo Eduviges, desde el bronce oscuro, pegadito a la puerta de la bóveda que la familia posee, todavía nos sigue asustando con su temeraria y libidinosa cara de arpía.

Georgie

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